lunes, 12 de mayo de 2008

Colombia

Recién regreso de Barranquilla. Como todos los colombianos que conozco -- aquí y allá -- se prestaron a aclarar, esta ciudad de la costa atlántica no representa el país. Eso, por supuesto, es imposible de constatar en cinco días que estuve de visita. Aprendí, por ejemplo, que la capital Bogotá se encuentra a 18 horas de ahí en auto. Que muchas de las plantas que se dan allá son similares a las que tengo en mi jardín en Texas. Que en Barranquilla, como en Atenas e India, los gobiernos plantan eucaliptos para que los árboles crezcan antes de que acaben sus periodos de gobierno. Y que los centros comerciales -- como en Texas y en Dubai -- son centros de reunión modernos, sin identidad cultural, donde se puede comprar lo mismo que en otras partes del mundo.
Pero me llevo también la sensación de que Colombia y los colombianos están listos para salir de la violencia y el subdesarrollo. No existe, por supuesto, ningún instrumento para medir esto.
Cansados de la guerra, de la violencia y del rezago, todos los colombianos con los que hablé han asumido una actitud pragmática que valora el trabajo, el esfuerzo y el compromiso con el cambio. Claro, esto suena a slogán político, pero en la práctica se traduce en acciones que llevan a la transformación de un país.
Es imposible justificar la violación de la soberanía de otro país y con el ataque en Ecuador Uribe se ha metido en un hoyo diplomático del que tardarán años en salir. Pero el presidente es muy popular porque es percibido como un hombre de acción. Sin entrar en discusiones sobre su legado -- y sí, evitando el malestar de un dabate izquierda - derecha cuando me queda claro que la política, toda, es una maraña de debilidades humanas -- es un hecho que Uribe ha inyectado un optimismo como el que Salinas inyectó en México antes de 1994. Por el bien de los colombianos, espero que los años posteriores a 2008 no sean lo que 1994 fue para los mexicanos.

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