sábado, 4 de septiembre de 2010

Recuerdos de un estudiante lector de Dehesa

Mi camino al periodismo es poco cinematográfico. No hay un momento de iluminación en el que decidí dedicarme a esto para salvar a la humanidad. No nací pensando en ser periodista.
La historia que cuento – porque al final toda tiene un guión – es que me forcé a mí mismo, contra mi naturaleza, a convertirme en periodista para combatir mi enorme timidez y alimentar mi insaciable curiosidad.
Pero si me empeño en trazar una trayectoria, mi afán por coleccionar revistas desde pequeño, las visitas al gabinete de cómics de mi tío en casa de mis abuelos y la fiebre por la lectura que me dio en la adolescencia podrían ser algunas de las claves que indiquen como llegué a donde estoy hoy.
Me conmueve inmensamente la reacción de los medios mexicanos a la muerte de Germán Dehesa. No lo conocí personalmente, ni tuve la intención. Nunca vi sus obras de teatro – en la universidad me moví en un círculo más afín a Jesusa Rodríguez, a quien entrevisté para la revista Sacbé en 1997 o 1998. Incluso, las pocas veces que lo vi por televisión pensé que ese personaje telegénico no tenía mucho que ver con al hombre que escribía la columna en el diario Reforma. No me atraía su personalidad, pues.
Como dije, no hay momentos “eureka” en mi elección de carrera. Pero entre las obsesiones que puedo identificar como ejes que influenciaron la dirección que ha tomado mi vida profesional, la columna de Dehesa en el Reforma es una de las principales.
Todos los días, como estudiante de la carrera de Comunicación y en mis primeros trabajos editoriales, leía religiosamente la Columna del Ángel, razón única por la que me suscribí al Reforma. Los domingos, a falta de ella, compraba La Jornada por sus moneros, sobre todo el Santos de Jis y Trino.
Como no tenía idea que acabaría en el periodismo, leía la columna por placer. Por el placer que me causaba las bromas internas (la señora de Irapuato o León con la que Dehesa se disculpaba por decir cosas fuertes), la crónica simple de su vida matrimonial (y los apodos que le ponía a sus familiares, vicio que comparto), las anécdotas de su niñez que le causaban nostalgia y que a mi me parecían cercanas a pesar de que yo crecí en un satélite de Satélite (Echegaray) y no en el DF, y su rápido, mexicano y puntual humor que le daba un aire de placer lúdico al acto de leerlo.
Pero, sobre todo, respetaba enormemente a un cronista que criticaba el abuso del poder y la corrupción en México sin tapujos ni pelos en la lengua.
En mis años de estudiante se rumoraba – y nunca pasó de ser un rumor – que Dehesa trabajaba con un establo de prolíficos practicantes que producían parte de su trabajo. No lo sé ni me importa. Creo que comparto con Dehesa una sana sospecha por todo lo que tenga que ver con el poder y el culto a la personalidad. Y comparto la necesidad de hacer más crítica transparente, desde la clase media, desde la clase intelectual que ama su ciudad, a los abusos de todo tipo.
Me sorprende verme tan conmovido por su muerte. Nunca lo puse en un altar – va contra esa naturaleza que creo compartir con él. Fui un fiel consumidor de sus palabras. Pero a pesar de que no lo sabía en el momento (por esa falta de planeación y destino que ha marcado mi carrera) he descubierto que esa columna que leía todos los días, puntualmente, fue un protagonista estelar en una historia que hace 15 años, cuando me gradué de la universidad, aún no tenía un claro argumento.