lunes, 2 de enero de 2012

¿Quién hace el trabajo de informar?

Como algunos sabrán, me gusta observar la industria de los medios en varios países. He trabajado en proyectos en Europa, Latinoamérica y el mundo árabe. Cuando la gente me pregunta cómo hago para entenderme y entender lo que hacen estos periodistas, contesto que el periodismo no es tan diferente. Los errores y deficiencias son similares: notas de una sola fuente, basadas en conferencias o comunicados de prensa, sin contexto, narrativa o color. Mucho del día, poca proyección y análisis.
Este tipo de periodismo puro – diarismo, como le dicen algunos—es uno de los clavos en el ataúd de la industria. No es original, no informa, no es novedoso, no es interesante y, mucho menos, necesario. Es justamente el tipo de periodismo que pueden hacer “ciudadanos” en las redes sociales.
Uso comillas en la palabra ciudadanos porque aceptar el concepto de periodismo ciudadano sin dar la lucha desde el profesionalismo me parece no solo irresponsable, sino un tanto naive. Confieso que la idea de participar con la audiencia para cubrir pequeños y grandes temas es emocionante. Pero entender este fenómeno como sustituto del profesionalismo – como he leído en incontables ocasiones – es peligroso e ignorante.
He dicho muchas veces que hacer buen periodismo es difícil. Lo es porque el periodismo que vale la pena, el que desenmascara información que algunos no quieren que vea la luz, significa entrar en conflicto con alguien. Pero aún el periodismo menos combativo, el de tendencias, explicaciones o análisis requiere poner en balance información contradictoria y explicar temas complejos de la manera más simple posible.
El periodista hace ese trabajo: hace las llamadas, cuestiona las contradicciones, le da sentido al caos. No significa que seamos más inteligentes que los demás. Simplemente tenemos la INTENCIÓN de hacerlo. Nos hemos comprometido a hacerlo. Ese es nuestro trabajo, no el de ellos. Para hacer periodismo, debe existir esa intención. Sin ella, nos limitamos a ser observadores o testigos.
La diferencia entre un testigo y un periodista, creo, es el contexto. Poner las cosas en contexto les da relevancia – o se las quita, en su totalidad. Es un equilibrio difícil, poco científico, que tiene que ver con el número de personas, instituciones o comunidades que se ven afectadas o están interesadas por un tema. Pero también tiene que ver con la historia detrás de la noticias, los sucesos que provocaron un resultado específico, que explican hasta cierto punto por qué pasan las cosas.
Cuando alguien tuiteó en vivo la operación en la que comandos de EEUU dieron muerte a Osama Bin Laden en Pakistán, muchos entusiastas saltaron a usarlo como ejemplo de periodismo ciudadano. Por el contrario, ese evento confirma la que estoy argumentando: el testigo describió una serie de ruidos que no supo definir. Le extrañó el sonido de un helicóptero y una explosión, sin entender o explicarse lo que sucedía. Por sí solos, esos tuits no informan, fueron meros comentarios en una red social. Pero puestos en contexto confirman que esa persona fue testigo de la operación. Y el contexto lo dieron los periodistas informados, que sabían dónde buscar a un posible testigo de una operación delicada y secreta.
Esa relación entre testigos y prensa ha cambiado radicalmente. Por eso, ese-pseudo periodismo que repite lo que dicen otros, sin sintetizarlo, analizarlo y entenderlo, no tiene cabida en esta época. Los testigos ya tiene las herramientas necesarias para difundir lo que han observado. A esas observaciones, los prefesionales deben darle forma y sentido. Porque somos los periodistas profesionales los que seguimos aceptando trabajar en Navidad y Año Nuevo, cuando los otros ciudadanos que no tienen la intención de informar descansan con sus familias en la playa.