Los editores de antaño (digamos, de 2005) solíamos sentarnos frente a un monitor varias veces al día viendo pasar los cables de agencias como AP, EFE y Reuters. Cuando aparecía algo interesante, lo seleccionábamos para incorporarlo a nuestra sección. También monitoreábamos los sitios de Internet de la competencia y los de grandes diarios internacionales como The New York Times y The Guardian. Otros editores, más cultos y sofisticados, revisaban también páginas web en francés y otros idiomas.
Estoy seguro que mi patrón de consulta era muy similar todos los días. Incluso hoy, que ya no trabajo para un medio, visito casi siempre los mismos sitios: nytimes.com, guardian.co.uk, cnn.com, washingtonpost.com, eluniversal.com.mx, elpais.com, as.com y espn.com. Los mismos, todos los días.
Pero ahora también tengo la fortuna de seguir una excelente lista de usuarios de Twitter, desde profesionales de la información como @mtascon y @dmorenochavez hasta sitios de nicho como @rww y @mashable. A mis visitas diarias a sitios de noticias le sumo ese factor de curaduría de la información que me aportan las cuentas que sigo. Por ello, quito y añado usuarios constantmente, porque Twitter se ha convertido en mi principal fuente de información, gracias a la velocidad y astucia de esa gente en mi TL. Ahí me enteré de los ataques recientes en Monterrey, México, y seguí minuto a minuto el movimiento de Irene hacia la costa este de EEUU.
La compra de Zite por parte de CNN, anunciada ayer, confirma que este espacio -- esa combinación de atender los intereses y las necesidades informativas de los lectores -- está madurando a pasos agigantados. Ese espacio incluye plataformas como Flipboard, Pulse, Instapaper, Evri, News.me, Hearsay.it y un gran etcétera. (De los anteriores, sólo Evri ha sido cliente mío). Algunas aprovechan mejor el llamado "social graph", empujando las noticias seleccionadas por amigos y familiares de forma más agresiva. Otras, como Zite, usan algoritmos sofisticados para aprender los patrones e intereses de los lectores y presentarles contenidos que pueden interesarles con base en lo aprendido. Por último, algunas plataformas, como las basadas en RSS, dan mucho mayor control al usuario para que éste determine qué tipo de información le interesa, casi siempre basado en sus pasiones.
Pero existe un factor un tanto escurridizo que quizá los editores podamos atender mejor: la sorpresa. Es por esta razón que Google News ha decidido usar el criterio editorial humanocomo parte de una plataforma que se vanagloriaba en el pasado de ser totalmente automatizada. Yahoo News! ha tenido un éxito brutal con las noticias que aparecen en los buzones de los usuarios de su servicio de email, casi siempre seleccionadas por editores.
Ese factor sorpresa es difícil de determinar con un algoritmo por una sencilla razón: uno no sabe lo que no sabe. En las redes sociales, las cosas se convierten en "trending topic" después del hecho; veo casi imposible que algo no calendarizado, no esperado, se convierta en trending antes de que suceda. En esta categoría está el tsunami en Japón o la muerte de Osama Bin Laden. Incluso cuando una persona fue testigo de la operación que dio muerte al terrorista más buscado del mundo, sus tweets se volvieron públicos mucho más tarde, cuando la noticia se dio a conocer.
He tenido discuciones fascinantes acerca de la fórmula correcta para combinar estos factores de personalizacón. No hay respuesta fácil. Sin embargo, pienso llevar ese debate a SXSW 2012 como tema del panel que he sugerido. Mientras tanto, a los editores no nos queda más que intentar entender, cada vez mejor, las preferencias de nuestros lectores.
miércoles, 31 de agosto de 2011
La complicada fórmula de lo que se quiere y se necesita saber
martes, 9 de agosto de 2011
El poder de la marca y las publicaciones adjetivo.
Hace unos días se reportó que The New York Times rebasó los 220,000 suscriptores digitales, o una cuarta parte de su circulación en papel.
Un esfuerzo anterior, TimesSelect, también logró alcanzar el cuarto de millón de suscriptores, a los que se daba acesso exclusivo en línea a las columnas de opinión y archivo del diario. Un análisis muy poco científico diría que hay cerca de 250,000 personas tan fieles a la marca NY Times que están dispuestos a pagar por acceso a ella en distintas plataformas. Una lealtad a una marca añeja que significa calidad y buen periodismo liberal estadounidense.
Desde hace quince años he trabajado en varios proyectos editoriales. Una de las primeras cosas que hice con proyectos como la cadena de diarios Rumbo en Texas fue sentarme a pensar cual sería su filosofía y línea editorial: qué tipo de información cubriríamos, para quién, cómo y con qué tono. Un error gigantesco, siempre, es intentar ser algo para todo el mundo. La falta de foco y decisión afecta los proyectos editoriales.
Mi definición de proyecto editorial se ha ampliado considerablemente. Creo que la herramienta Storify es un proyecto editorial. Como su propio nombre lo dice, está diseñada para contar historias hilvanando una serie de piezas individuales -- tweets, videos, fotos, párrafos de contexto. Hace un par de semanas alguien preguntaba si Storify debe ser un sustantivo ("Usemos el Storify para hacer periodismo") o un verbo ("Vamos a storifear esa nota"). Yo creo que las mejores plataformas, así como los mejores proyectos editoriales, deben ser un adjetivo: "Vamos a hacerlo como Storify" o "Se parece a un Storify".
A las grandes revistas como Life, Time, National Geographic, Wired, The Economist no hay que definirlas. Al igual que la pornografía (al decir de un congresista estadounidense hace décadas) sabemos lo que son cuando las vemos. No sólo eso, sino que también sabemos cuando otros tratan de emularlas: "Mira, ese artículo -- documental, libro, etc -- es como de National Geographic". Cuando alguien menciona a una revista-adjetivo, quien la conoce sabe de qué están hablando.
La mayoría de los grandes proyectos futuros serán digitales. En ese espacio todo se puede medir. Y eso provoca la tentación gigantesca de publicar sólo las noticias o informaciones que atraigan usuarios y clics, a pesar de lo que sea. El fenómeno se llama "SEO-driven content". Yo le llamo la publicación indiscriminada de videos de gatitos. Pero incluso los proyectos que más se fijan en estadísticas, como The Huffington o TMZ, tienen parámetros del tipo de cosas que entran dentro de la definición editorial de su plataforma. A pesar del que ambas son bastante carnívoras y agresivas en el tipo de cosas que meten, TMZ, por ejemplo, tiene clarísimo que lo suyo es la farándula y gente "famosa" por distintas razones. No es un medio de análisis ni de gatitos. Tampoco lo es el Huffington Post, a pesar de publicar noticias con títulos como "A qué hora es el Super Bowl" para atraer clicks. Lo suyo son temas con inclinación liberal, y notas curiosas más no sangrientas o morbosas. Saben lo que son, y sus lectores también.
¿Cómo se define un proyecto -- plataforma, herramienta, publicación -- editorial? De la misa forma qué siempre. Respondiendo a las preguntas básicas del periodismo: qué, cómo, cuándo, dónde, para quién.
Llamémosle filosofía, línea o plan editorial, todos tenemos que tener uno. Si no, ¿cómo nos van a reconocer nuestros lectores?
viernes, 5 de agosto de 2011
Cosas de semántica
Un día después de publicar mi entrada anterior, un “experto” en medios sociales publicó en su Twitter un comentario criticando a aquellos que anteponen “mundo real” a “redes sociales”.
No me mencionaba a mí. Pero, como soy un hombre sensible, me lo tomé personal (gran error, sobre todo cuando el discurso en las redes sociales tiende a distorsionarse fácilmente; la interfase de Twitter, a pesar lo que digan los expertos, no se presta para discusiones largas y profundas).
Después de tuitear que me parecía ocioso discutir esas cosas (con mundo real quise decir mundo físico, por supuesto, siendo alguien que pasa gran parte de su día en la realidad de las redes sociales). Hasta mi querido Howard Rheingold, quien acuño el término “comunidades virtuales” me corrigió.
Mi punto de vista es muy simple: estas discusiones semánticas no aportan absolutamente nada al gran reto que tenemos los periodistas por encontrar mejores formas de recopilar y distribuir nuestra información y comunicarnos con nuestra audiencia (que muchas veces son más activos y mejores informadores que nosotros).
Yo creo que es una cuestión práctica. Me explico. Recientemente se ha vuelto a discutir la importancia de conocer la identidad de la gente que deja comentarios en las páginas de noticias. Los detractores dicen que eso atenta contra una de las mayores virtudes de la Red: el anonimato es un derecho y la gente es libre de elegir en un espacio sin reglas oficiales. Sin embargo, en la práctica, cuando uno publica un tema de inmigración, por ejemplo, y un bloguero de extrema derecha le pide a sus lectores que comenten la entrada de tu blog, inundándolo de insultos, la acción práctica es a) aprovechar la novel popularidad o b) borrar los insultos. Hay que tomar una acción, pues. La teoría ahí importa poco. (Esto le pasó a una amiga bloguera, por cierto).
Lo mismo con temas como blogueros vs periodistas y periodistas ciudadanos vs profesionales. En la práctica y como periodista profesional que no gana un céntimo blogueando, tengo claro para que sirve mi blog y el tipo de cosas que quiero escribir en él. No necesito que me den permiso o me legitimen otros. Lo mismo con el periodismo ciudadano. Mi postura es muy clara: si alguien – un ama de casa, un panadero o un futbolista – quiere pasar sus días buscando información interesante, descubriendo lo que otros quieren ocultar y presentando esos contenidos de forma interesante y relevante, ante mis ojos es un periodista. Un testigo de un evento que graba un suceso en su teléfono móvil, por otra parte, es alguien con quien quiero hablar, como siempre hemos querido hablar con la gente que presencia estas cosas. Si esta persona sube el video a la web, como muchos hacen, eso demuestra que el acceso a los canales de distribución se ha democratizado con las nuevas tecnologías. Pero de eso a pensar que esta persona está dispuesta a dedicar su vida a una profesión mal pagada, en la que recibir reproches y negativas es cosa de todos los días y en la que los verdaderos profesionales dedican su tiempo a descubrir o informar sobre cosas que otros quieren ocultar, pues ya es demasiado.
Semántica vs práctica, pues. Y ante las condiciones actuales, me quedo con la práctica.
martes, 2 de agosto de 2011
Las mejores redes sociales emulan el mundo
Las mejores redes sociales son las que emulan algún tipo de comportamiento de la vida real, ofreciendo mecanismos de convivencia que derrumban ciertas barreras, en particular las del tiempo y el espacio. Como una herramienta física – martillo, desarmador, pinzas – es una extensión de habilidades humanas, en este caso las relativas a nuestras interacciones con otros.
Una de las primeras grandes redes sociales fue el teléfono, tecnología que permitía conectarme, a través de una seria de cables, con alguien que no estaba lo suficientemente cerca como para entablar una conversación cara a cara.
Cada una de estas redes, desde el telégrafo hasta Twitter, genera un serie de comportamientos nuevos que se adaptan a las cualidades y limitaciones de la propia tecnología. Por ejemplo, en Twitter se ha creado, orgánicamente, todo un lenguaje interno para facilitar el diálogo. Tanto los hashtags (signo de gato) como los respuestas directas (usando una arroba) se comenzaron a utilizar espontáneamente por las comunidades de usuarios para facilitar una comunicación más ágil y organizada. Los hashtags, por ejemplo, organizan en temas las conversaciones que tenemos en Twitter.
Desde hace unas semanas he comenzado a usar Instagram, la plataforma de iPhone para compartir fotografías. Es mi obsesión actual, lo confieso. He notado, de inmediato, que la comunidad de Instagram responde mejor a cierto tipo de imágenes, marcándolas con el botón de Like (Me Gusta). También es muy prominente el uso de hashtags.
Instagram cumplió un año hace unos días y ostenta ya un millón de usuarios. Pero lo más interesante es que, como dije arriba, en este corto tiempo ha logrado crear una estética muy particular. A diferencia de TwitPic y Lockerz, las imágenes de Instagram son más pensadas, más artísticas. Por supesto, esto es muy subjetivo, pero el simple hecho de contar con una serie de filtros y efectos permite al usuario dedicar más tiempo a embellecer y editar sus fotos. Hay gente que incluso hace sus fotos con cámaras profesionales y luego las pasa por los filtros de Instagram. Sin duda, existe ya toda una cultura, llena de códigos y preferencias.
Otras plataformas tienen esa misma cualidad. Los checkins de Foursquare también favorecen un cierto tipo de comportamiento y una estética acorde a las cualidades de la plataforma, que se sustentan en la idea de explorar y compartir los lugares que conocemos. La estética, ahí, no es del tipo artística, sino una estética de exploración y una competencia por ser la persona que más lugares visita, consolidándose como alcalde de muchos de estos lugares. Un comportamiento tipificado favorecido por la plataforma y las acciones que ésta permite, junto con los usos que la comunidad le da.
Recientemente un amigo muy querido volvió de un viaje a Europa con su familia y me contó cómo sus hijos, menores de edad, estaban obsesionados por tomarse fotos en lugares como la Torre Eiffel para compartirlas en Facebook con sus amigos. La plataforma que impulsa un tipo de comportamiento, y la estética de generar cierto tipo de contenidos que se adaptan a la cultura que cada comunidad promueve en esas plataformas.
Siempre he pensado que los mejores medios de comunicación no requieren definición: sabemos lo que son y para lo que sirven sin tener que explicarlos mucho. Desde los gadgets hasta las revistas y periódicos, los más exitosos tienen una personalidad propia, ya sea por su interfase intuitiva, por su diseño efectivo, por su contenido relevante. Cosas como la iPad, la revista Wired o Instagram. Plataformas útiles, inteligentes, relevantes y fáciles de usar y que permiten, sin mucha explicación, que el usuario las explote, utilice y disfrute orgánicamente.