Las mejores redes sociales son las que emulan algún tipo de comportamiento de la vida real, ofreciendo mecanismos de convivencia que derrumban ciertas barreras, en particular las del tiempo y el espacio. Como una herramienta física – martillo, desarmador, pinzas – es una extensión de habilidades humanas, en este caso las relativas a nuestras interacciones con otros.
Una de las primeras grandes redes sociales fue el teléfono, tecnología que permitía conectarme, a través de una seria de cables, con alguien que no estaba lo suficientemente cerca como para entablar una conversación cara a cara.
Cada una de estas redes, desde el telégrafo hasta Twitter, genera un serie de comportamientos nuevos que se adaptan a las cualidades y limitaciones de la propia tecnología. Por ejemplo, en Twitter se ha creado, orgánicamente, todo un lenguaje interno para facilitar el diálogo. Tanto los hashtags (signo de gato) como los respuestas directas (usando una arroba) se comenzaron a utilizar espontáneamente por las comunidades de usuarios para facilitar una comunicación más ágil y organizada. Los hashtags, por ejemplo, organizan en temas las conversaciones que tenemos en Twitter.
Desde hace unas semanas he comenzado a usar Instagram, la plataforma de iPhone para compartir fotografías. Es mi obsesión actual, lo confieso. He notado, de inmediato, que la comunidad de Instagram responde mejor a cierto tipo de imágenes, marcándolas con el botón de Like (Me Gusta). También es muy prominente el uso de hashtags.
Instagram cumplió un año hace unos días y ostenta ya un millón de usuarios. Pero lo más interesante es que, como dije arriba, en este corto tiempo ha logrado crear una estética muy particular. A diferencia de TwitPic y Lockerz, las imágenes de Instagram son más pensadas, más artísticas. Por supesto, esto es muy subjetivo, pero el simple hecho de contar con una serie de filtros y efectos permite al usuario dedicar más tiempo a embellecer y editar sus fotos. Hay gente que incluso hace sus fotos con cámaras profesionales y luego las pasa por los filtros de Instagram. Sin duda, existe ya toda una cultura, llena de códigos y preferencias.
Otras plataformas tienen esa misma cualidad. Los checkins de Foursquare también favorecen un cierto tipo de comportamiento y una estética acorde a las cualidades de la plataforma, que se sustentan en la idea de explorar y compartir los lugares que conocemos. La estética, ahí, no es del tipo artística, sino una estética de exploración y una competencia por ser la persona que más lugares visita, consolidándose como alcalde de muchos de estos lugares. Un comportamiento tipificado favorecido por la plataforma y las acciones que ésta permite, junto con los usos que la comunidad le da.
Recientemente un amigo muy querido volvió de un viaje a Europa con su familia y me contó cómo sus hijos, menores de edad, estaban obsesionados por tomarse fotos en lugares como la Torre Eiffel para compartirlas en Facebook con sus amigos. La plataforma que impulsa un tipo de comportamiento, y la estética de generar cierto tipo de contenidos que se adaptan a la cultura que cada comunidad promueve en esas plataformas.
Siempre he pensado que los mejores medios de comunicación no requieren definición: sabemos lo que son y para lo que sirven sin tener que explicarlos mucho. Desde los gadgets hasta las revistas y periódicos, los más exitosos tienen una personalidad propia, ya sea por su interfase intuitiva, por su diseño efectivo, por su contenido relevante. Cosas como la iPad, la revista Wired o Instagram. Plataformas útiles, inteligentes, relevantes y fáciles de usar y que permiten, sin mucha explicación, que el usuario las explote, utilice y disfrute orgánicamente.
martes, 2 de agosto de 2011
Las mejores redes sociales emulan el mundo
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