Los DVR, el RSS, los podcasts e, incluso, los blogs y otros acrónimos y contracciones tienen algo en común: le permiten al usuario salirse con la suya.
Me explico.
Desde el advenimiento – o más bien explosión – de Internet a fines de los 90 se ha hablado de los contenidos como una materia prima (commodity) que está disponible para todos, a la mano de quien guste hacerse de información. Basta con hacer una búsqueda rápida, o de conectarse a servicios de alarmas noticiosas, o de seleccionar servicios RSS (Real Simple Syndication) para recibir exactamente la información que uno quiere, sin importar su procedencia o el medio que la generó y, sobre todo, saltándose la fastidiosa publicidad.
También tecnologías como los DVR – TiVo – permiten guardar programas de TV al gusto del consumidor sin que importe la fuente y evitándonos la tortura de los anuncios. Se pueden grabar programas de cualquier canal, a cualquier hora y verlos en cualquier momento. Estas tecnologías están cuestionando modelos básicos de publicidad como el llamado prime time, en el que se cobraba una prima a los anunciantes por pasar sus anuncios en los horarios con más audiencia. Pero ahora que la audiencia puede acceder a estos programas – o commodities – a la hora y de la forma que quiera (en su iPod, en su PC, en su laptop) el modelo publicitario del prime time peligra.
Esa es aparentemente una de las principales promesas de estas tecnologías: evitarle al lector – usuario, consumidor -- el impositivo agravio de verse expuesto a comerciales.
Queremos diarios gratuitos, TV gratuita, Internet gratuito, y nada de publicidad. ¡A caray!
Pero, y este es uno de esos grandes peros, si el consumidor quiere seguir recibiendo contenidos de calidad – sean estos programas de TV como Los Sopranos, noticias de diarios como el NY Times o el WSJ o información de fuentes prestigiosas – tiene que hacer conciencia que hay de materias primas a materias primas. Porque muchas de estas supuestas materias primas han pasado de ser pescados y legumbres a exquisitos platillos que deleitan el paladar informativo.
Y eso cuesta.
Me quedé fascinado – pero poco sorprendido – cuándo leí que la mayoría de los blogs hacen links a fuentes confirmadas, fidedignas y prestigiosas. O sea, que incluso los blogs – libres, autónomos, rebeldes – recurren a las fuentes de calidad para referir a sus lectores a información interesante.
Pero hay un precio que pagar, llámese publicidad, suscripciones o cualquier otro modelo para que esas fuentes de información de calidad pueden seguir produciendo materiales valiosos. Y parte del pago – actualmente, no sé en el futuro – es hacer clic en los anuncios, pagar la suscripción o soplarse las campañas comerciales en TV.
También le toca a los departamentos de publicad – no siempre los departamentos más creativos dentro de los medios – diseñar estrategias interesantes que no provoquen el rechazo del usuario frente a los anuncios.
No sé si sea cierto que lo barato sale caro, pero producir cosas de calidad definitivamente sí. Y alguien tiene que pagar – o compartir – el costo.
Así que, lector querido, si acaba de disfrutar de este noble texto no se haga el loco y haga clic en los anuncios de Google en este blog.
jueves, 21 de junio de 2007
El sino de la publicidad
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