Los recientes reportes acerca de la vigilancia a la que Hewlett Packard, la empresa de sistemas con sede en California, sometió a los reporteros que cubren la empresa (ver nota aquí) invita a hablar de una de las relaciones más complicadas en el mundo editorial: la de los medios de comunicación con las empresas – principalmente las que son sus anunciantes.
Durante décadas, muchos periódicos mexicanos vivieron de la inversión publicitaria del gobierno. Aun hoy, el dinero que algunos diarios y medios electrónicos reciben de diversas entidades gubernamentales compra coberturas preferenciales y espacios editoriales. Es una relación perversa que, aunque no se ha ventilado ni investigado apropiadamente, se conoce bien. Basta, a veces, con abrir un diario y ver qué proporción de anuncios del gobierno contienen sus páginas publicitarias para intuir cuán dependiente es de la publicidad oficial y, por ende, cuán estrecha es la relación.
Sin embargo, algo de lo que se habla aun menos es de la relación de los medios de comunicación con los anunciantes “privados” (pongo comillas porque muchas de estas empresas son, técnicamente, públicas, porque cotizan en bolsa y tienen una responsabilidad ante sus accionistas y ante la sociedad).
Evidentemente, el caso de HP habla más de la paranoia y poderío de algunas megaempresas estadounidenses que de corrupción o autocensura periodística. Pero es un indicativo de los recursos que los conglomerados modernos tienen y de la desventaja en la que se encuentran muchos medios frente a ellos. La mayoría de las grandes compañías dan cursos y talleres a sus ejecutivos de relaciones públicas para aprender a lidiar con la prensa y enseñarles a comunicar el mensaje que a la compañía le conviene. Están mejor preparados para lidiar con los medios que los periodistas para lidiar con ellos.
Asimismo, las empresas están mucho mejor preparadas para exigir coberturas preferenciales y para presionar a los medios para obtener coberturas positivas, que las empresas de comunicación para defender sus coberturas y a sus periodistas de esta presión.
Y aunado a una falta de preparación y falta de misión periodística – sobre todo de las empresas más pequeñas, como los diarios hispanos en EEUU – los dueños de los medios están más dispuestos a ceder ante las presiones – o, simplemente, censurar ciertas coberturas – que a publicar información para el bien público. Y, ¿por qué no?, ante la lógica de ¿quién muerde la mano que la da de comer?
O, como me lo plantearon en uno de mis primeros trabajos, “a los anunciantes ni con el pétalo de una rosa”. Pero cuando esos anunciantes son empresas con miles de empleados y liderazgo en su sector, en ocasiones este poderío se manifiesta con prácticas monopólicas, fraudes fiscales y abusos diversos que afectan directamente a los consumidores – los mismos consumidores que son nuestros lectores. Y es la obligación de los medios reportearlo con el mismo afán con el que se cubre la corrupción gubernamental.
Claro, cuando se depende de un solo anunciante, sector o industria – como el gubernamental o la tabaquera – los dueños y ejecutivos de los medios la piensan dos veces antes de publicar una nota de investigación sobre fraudes o malversación – o cualquier artículo sobre su anunciante que no lo haga ver reluciente. Una de las formas de evitar esto es que los medios procuren fuentes diversificadas de ingresos y que tomen conciencia que el mayor activo de un medio de comunicación – aun más que los anunciantes que representan su mayor fuente de ingresos – son la independencia y credibilidad. Otra forma es que cubran cualquier noticia de interés público con equidad de interés y recursos, independientemente de si uno de los involucrados es un anunciante y procurar la división iglesia – estado: que las áreas comerciales y editoriales trabajen juntos pero no revueltos, sin duda el mayor acto de malabarismo para editores y ejecutivo. Es una relación inevitable y de la que depende la supervivencia del medio, pero es una relación que se tiene que estar analizando, discutiendo, puliendo, debatiendo y observando constantemente.
¿Y los editores y periodistas? Que se aseguren que sus notas – todas sus notas – están bien sustentadas, reporteadas, equilibradas y que sean justas, buscando el bien público y no la defensa de intereses particulares. Porque, si se escribe sobre un anunciante, hay que estar seguros que habrá consecuencias, la menor de las cuales es que ese anunciante retire la pauta publicitaria. Por eso – por el bien de la credibilidad y la independencia – cuando se dé una situación que involucra a un anunciante, hay que cubrirlo y hacerlo bien.
Para terminar, me robo este párrafo de este excelente artículo del LA Times:
There's a simple truth at work here: A newspaper that is indifferent to its bottom line goes out of business; a newspaper that thinks only of its bottom line has a business that isn't worth saving.
lunes, 18 de septiembre de 2006
Morder la mano que nos alimenta
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