viernes, 16 de marzo de 2007

Dubailandia o sueños en el desierto

Estoy sentado a la sombra de la que será la torre más alta del mundo, la Burj Tower en el emirato de Dubai. Hace dos semanas, cuando vine aquí por primera vez, leí un letrero que presumía que el edificio había alcanzado ya los 108 pisos. Hoy pasé por ahí de nuevo y la cifra ha engordado en dos pisos: 110. Más temprano, visité la capital de los Emiratos Árabes Unidos, Abu Dhabi. Aunque más grande y urbana, la desmedida ambición de su hermana menor la ha opacado. Sólo el anuncio del acuerdo para traer el Museo de Louvre -- por lo menos el nombre y parte de sus colecciones --, un trato valuado en más de 1,000 millones de dólares, ha sacado a Abu Dhabi del anonimato. Junto con el Louvre también abrirá sus puertas una sucursal del Museo Guggenheim.
La autopista que une a ambas ciudades está custiodiada por el que será el sistema colectivo que, espero, alivie el tráfico de la ciudad. Cientos de postes de concreto esperan pacientes a que les coloquen las vías; para ello, los constructores usan un mastodonte de grúa que jamás había visto y que se postra entre varios postes para subir muchos tramos de pistas de concreto a la vez.
Un día, supongo, amaneció el Sheik de Dubai y decidió levantar una ciudad y hacerlo todo al mismo tiempo. Pasos a desnivel, carreteras, edificios, centros comerciales, complejos turísticos, lagos artificiales, torres, casas, incluso jardines y parques. Es una ciudad en primavera, porque todo está naciendo. Y una ciudad de fantasía, porque cada proyecto es más ambicioso que el otro: Dubailand incluye varios resorts turísticos inspirados en, por ejemplo, África, Europa y la música. Incluye también un parque de diversiones y una segunda pista artificial de ski sobre nieve. Y una vez terminada la isla de la Palm Jumeira se les ha ocurrido hacer otras dos más -- y más grandes -- y una cuarta en forma del mapa del mundo en donde cada islote tendrá el nombre de un país o región. Dicen que David Beckham adquririó Inglaterra, aunque otros lo desmienten como un rumor mercadológico.
La ciudad está a 4 horas de Europa y 4 horas de la India. Hay vuelos directos a Australia y a Nueva York. Si usted ve su mapa, se dará cuenta de la privilegiada ubicación del emirato. Aquí se han dado cuenta y ya están expandiendo su moderno aeropuerto (que divide sus funciones entre ser aeropuerto y ser la tienda de duty free más grande del mundo, por lo menos en apariencia).
Sus ciudadanos -- emiratís -- representan sólo un 15% de la población (algunos dicen que mucho menos). El resto vienen de Filipinas, Bangladesh, India, Europa. "Esto es Nueva Nueva Dehli," me dijo alguien.
"Los hindúes están construyendo Dubai, como los mexicanos han construído Estados Unidos," me dijo un taxista hindú y católico que tiene familia en Houston. Vale también señalar que el país ha sido duramente criticado, por ONGs como Human Rights Watch, por el trato a los trabajadores que vienen desde el subcontinente asiático a construir el sueño.
Y luego están los periódicos y los medios de comunicación. Existe la tentación de explicarlos. Los hay en inglés, en árabe y en mayalayam (la lengua de la mayoría de los hindúes que viven aquí). Los primeros pliegos son de papel brillante couché, un tanto pegajoso. El resto está impreso en papel periódico. La impresión, a todo color, es de buena calidad, mucho mejor que en EE UU (cualquier impresión es mejor que en EE UU).
Para ser una ciudad-estado con poco más de 4 millones de habitantes tiene medios impresos de calidad. Lo mejor es que apuestan por mejorar y por emular lo que Al Jazeera ha hecho por la televisión en árabe: ganarse una presencia y un prestigio internacional. Y si estos medios logran algún día reflejar la ambición y ebullición del lugar, serán sin duda unos de los más interesantes del planeta.

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